• El Dios vivo

    04-05-2008 | Rev. Jaerock Lee

    • Parte Cuarta: Esperanza a través de las pruebas

      1. Yo era un Pecador
      2. La Cruz de Jesús
      3. El Dios vivo
      4. Si puedes hacer algo
      5. Desarrollo de una iglesia
      6. Un utensilio



      3. El Dios vivo

      “No todo el que me dice Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que ésta en los cielos” (Mt. 7:21).
      “Bienaventurado el que lee, y los que oyen las palabras de esta profecía, y guardan las cosas que en ella están escritas; porque el tiempo está cerca” (Ap. 1:3).
      Llegué a se un hombre que lee la Palabra de Dios, un hombre que llama y ora a Dios. Y llegué a ser un hombre que podía entender su Palabra. Al comprender por qué la fe en Jesús puede conducirnos a la salvación y a la esperanza en el reino de Dios, sentí que el amor de Dios era mas grande que el cielo y más profundo que el mar.
      Me hice un hombre que recibe a Jesucristo, un hombre que cree en su nombre y un niño que recibe que recibe el derecho de ser un niño engendrado de Dios como dice Jn. 1L12-13.
      El Dios vivo no me abandonó en este mundo como un huérfano. Él me guió para no pecar, como nacido de Dios, como dice 1 Jn. 3:9, y me guardó para que el maligno no me tocara como dice 1 Jn. 5:18.


      Protegiéndome de los accidentes

      Después de recibir a Jesús, fui guiado por Dios a hacer el trabajo físico. No estaba seguro de que podría aguantar los rigores del trabajo puesto que no tenía experiencia previa, pero continué trabajando ya que este trabajando era quizás el único que podía hacer y me permitía descansar los domingos para poder ir a la iglesia.
      El trabajo era mucho más duro de lo que me imaginaba. Aunque aguantaba la dificultad y trabajaba dos veces más duro que los otros, no podía competir con ellos. Sin embargo, decidí perseverar.
      Cuando empecé a ir a la iglesia y no sabía cómo orar, solía rezar únicamente “El Padre Nuestro” y “El Credo”. Pero después de dos meses, una mañana en el camino al trabajo, de repente sentí ganas de orar. Por eso empecé a orar y seguí orando durante todo el camino al trabajo.
      Esa mañana cuando trabajaba en transportar tubos, al querer incorporarme para cargarlos, sentí un fuerte impacto en mi espalda y me quedé inconsciente. Fue un accidente de tráfico. Cuando me desperté, estaba rodeado de una multitud de gente. Me incorporé como si no me hubiera pasado nada.
      El chofer del vehículo que me atropello no supo que hacer.
      “¿Está bien? Vamos al hospital rápidamente”.
      Pero le dije que estaba bien. No estaba herido puesto que el impacto del vehículo había sido muy fuerte.
      “¿Está seguro? ¿Quiere decir que no está herido?” El chofer me preguntó de nuevo.
      Mis compañeros me pidieron que me quitara las ropas para ver si no estaba herido.
      “No era exactamente la espalda, sino que fue una vértebra la que fue golpeada. Vamos al hospital para sacar una radiografía. Luego puede haber efectos secundarios”, me dijo el chofer.
      Estoy bien. Mi Dios me protegió”, le dije.
      Era verdad que no sentía ningún dolor. La parte de mi espalda donde el coche me golpeó estaba ligeramente hinchada, pero no había ninguna herida ni luxación. Fue una experiencia extraña.
      El supervisor del lugar de trabajo me sugirió irme temprano a casa para descansar, pero me quedé y terminé el trabajo del día. Cuando llegué a casa me sentía cansado. Aunque no pude ir a trabajar al día siguiente, Dios me había protegido. Al día siguiente mi incredulidad me había causado incomodidad, puesto que recordaba lo que la multitud decía cuando me rodeaba en el momento del accidente: “Puede haber efectos secundarios”.
      Cuando volví nuevamente al trabajo, el chofer que estaba muy preocupado por mí, vino a verme. Al ver que yo estaba sano, se sintió aliviado y empezó a hablar sobre la compensación. Aunque rechacé recibir ninguna compensación, el chofer dejó un sobre con 2.500 wones. En esos días mi corazón cambiaba fácilmente y acepté el dinero.



      Bebiendo vino para aliviar la adversidad

      Después, trabajé en una obra de construcción. Por no tener ninguna especialidad, fui empleado como un obrero que tenía ninguna especialidad, fui empleado como uno obrero que tenía que subir cubos al segundo piso por una escalera sin barandilla, Subir era un trabajo duro, mis pies temblaban y no podía correr como los otros; apretaba mis pies para aguantar la tensión, pero podía continuar por la tarde.
      Al empezar a trabajar de nuevo con la resolución de que aguantaría hasta morir, me dieron más tareas fáciles tales como abrir los sacos del cemento y remover el hormigón con una pala, con la que me era más fácil terminar el trabajo del día.
      A través del trabajo penoso, Dios me enseñó a tener paciencia y me ayudó a experimentar su amor.
      En una ocasión, estaba trabajando para la Comisión de Agua cerca del Hotel Walker Hill. Tenía que recoger hormigón de un tráiler y empujar la carga llena a lo largo del camino desigual y echar abajo el hormigón en los cimientos de un edificio. Los otros echaban bien el hormigón, pero yo sentía como si mi cuerpo estuviera cayendo con el hormigón. Luego oí en el alta voz que teníamos que trabajar por la noche. Mis compañeros continuaron trabajando con la ayuda de vino, pero yo no podía aguantar más. Estaba preocupado de cómo yo podría trabajar hasta la noche y decidí tomar un poco de vino para lograr reunir fuerzas, aunque había dejado de beber a través de un culto solemne del triduo. Creí que poca cantidad de vino no me perjudicaría, así que lo hice y terminé el trabajo.
      En el camino a casa, en el autobús, me sentí mareado y tuve una jaqueca tremenda, tuve que bajar a la mitad del camino para respirar un poco de aire fresco, pero el dolor no paró.
      Me dí cuenta de que la voluntad de Dios era que yo no bebiera, por lo que me arrepentí. A eso de la media noche, caminé y caminé, pensando en muchas cosas.
      “¿Cuánto tiempo puedo aguantar esto?” Recordé que Dios me bendeciría a su buen tiempo. El dijo que el bienaventurado es el que tiene paciencia. Decidí no volver a beber más.


      No voy a beber más

      Después de unos meses, fui a trabajar a una casa de dos pisos en U-I-Dong. El trabajo era excavar en una calle en un corredor estrecho. Cuando estaba lleno del Espíritu Santo a través de largas oraciones, podía aguantar el dolor, sino, no podía soportarlo.
      Cuando mis compañeros del trabajo me veían sufrir, me ofrecían vino. Yo les rechazaba, pero ellos eran muy persuasivos. Después de beber una copa, empecé a trabajar de nuevo. Al excavar con el azadón, golpeé en una piedra dura y un pedazo de ella me golpeó en la frente. En seguida sentí que eso se debió a una copa que había bebido. Me puse la mano en la frente, que estaba sangrando mucho y oré. “Dios, por favor, perdóname por haber bebido. No voy a beber más vino”.
      La sangre cesó en cuanto oré y terminé el trabajo y terminé el trabajo del día sin haber ido al hospital. El Dios vivo, es el Dios que corrige a los que ama y castiga a aquel a quien recibe por hijo; y guía en el camino recto (He. 12:6).


      Tirando la codicia de dinero

      Mi esposa, que empezó a trabajar como una vendedora ambulante de cosméticos, se encargó de una buena área de venta y nuestras dificultades financieras se aliviaron. Un día pensé en abrir una taberna grande y recibir la bendición de Dios en conseguir el dinero. Esta idea me pareció ideal.
      Podríamos vivir de mis ganancias y ahorrar las de mi esposa para hacer otro negocio. Oramos con entusiasmo por nuestro plan y trabajamos muy duro.
      Estábamos seguros de que el bar donde también se servía comidas marcharía bien y sería un éxito puesto que mi esposa tenía la experiencia en dirigir una tienda de bocadillos. Además, una de mis hermanas había ganado una fortuna manejando un restaurante japonés y tenía un edificio de tres pisos.
      Sin embargo, al saber que teníamos codicia por el dinero, Dios nos iluminó. Nos dijo: “No os emborrachéis”, no se alegró de nuestro plan de abrir un bar.
      Después de haber participado en un culto solemne del triduo, sólo quería ofrecer más ofrendas. Un día soñé que un cerdo grande daba a luz a diez cerditos. Me acordé de un refrán coreano que dice que soñar con un cerdo trae buena suerte, por eso compré algún billete de lotería. Mi esposa y yo oramos para ganar la lotería, para que pudiéramos pagar nuestras deudas y además pudiéramos entregar ofrendas a la iglesia. Aunque oramos creyendo que nos tocaría, fue en vano. Dios nos lo hizo entender.


      Dejar de jugar a las cartas

      Solía jugar a las cartas cuando no tenía nada que hacer, por eso yo era muy buen jugador, pero después de creer en Jesús, comencé a perder constantemente. El perder dinero hacía que jugara aún más para poder recuperar el dinero.
      Cuando trabajé por largo tiempo en Pucheon, recibíamos el sueldo cada dos semanas y, el día de pago, siempre nos poníamos a jugar.
      Un día había ganado gran cantidad de dinero, y no podía dejar de jugar, puesto que para alguien que estaba ganando, era falta de educación abandonar el juego antes de que los otros abandonasen. Entonces empecé a perder dinero y me quedé sin dinero. No tenía valor para volver a casa y quería recuperar mi dinero. Por eso oré.
      “¡Dios!, quería ganar algún dinero de un compañero, pero perdí todo. Por favor, ayúdame a ganar esta vez”.
      Pedí prestado algún dinero prestado de un compañero, pero no pude recuperar el dinero perdido.
      Nosotros con frecuencia jugábamos a las cartas, a veces por toda la noche y el día siguiente. Sólo los que habían perdido gran cantidad de dinero volvían a mi casa para jugar más.
      Ese día, un ministro de mi iglesia vino a mi casa para orar por nosotros. No abandoné el juego porque quería recuperar el dinero que ya había perdido. Le dije a mi esposa: “Dile que no estoy”.
      Seguí jugando y pedí a mi esposa que le dijera una mentira. El ministro oró por un corto tiempo y se fue.
      Cuando se oían las canciones de alabanza fuera del cuarto en que el ministro oraba, me sentí incómodo y culpable.
      “Solía saludar a los ministros cada vez que ellos venían a orar a mi casa. ¿Qué me está pasando ahora?”
      En cuanto intenté arrepentirme de mi pecado de jugar, me deshice de lágrimas y oré.
      “¡Dios!, por favor, perdóname, no voy a jugar a las cartas nunca más, voy a dejar esta vieja costumbre”.
      Desde entonces, dejé de jugar a las cartas y no me apeteció hacerlo más. Dejé también de engañar.


      Don de curación

      Yo asistía a muchos cultos solemnes del triduo cuando tenía tiempo libro. Intentaba vivir de acuerdo con la Palabra de Dios y observar sus mandamientos.
      En una ocasión oí a alguien dar este testimonio.
      “Mi hijo fue quemado por agua caliente. La quemadura era muy grave y ningún hospital podía curarla. Un día leí sobre el rey Asa, en el capítulo 16, 2 Crónicas. El rey Asa buscó a los médicos para curar la enfermedad de sus pies en vez de buscar la ayuda de Dios. Entonces él murió. Me di cuenta de que había estado haciendo lo mismo y me decidí a dejar a mi hijo en las manos de Dios. Ayuné y oré por toda la noche. Luego mi hijo fue curado completamente, ¡Aleluya!
      Como también fui curado en un día por Dios, creí en su testimonio y me decidí a orar más. Conseguí la fe de que la oración puede hacer posible las cosas imposibles. Desde aquel día, oraba por mis hijas cada vez que estaban enfermas. Cada vez que ellas tenían fiebre, ella bajaba inmediatamente después de orar. A veces mi oración no era escuchada y yo tenía que llevar a mis hijas a una de las diaconisas mayores para que orase por mis hijas.
      Llegué a tener el deseo de que mis oraciones también fueran oídas como las de los otros.
      Después de y orar fervorosamente, recibí el don de sanidad. Cada vez que oraba por los enfermos, ellos se sanaban. Era un don maravilloso.


      A los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien

      El supervisor del trabajo, quien era mi amigo, se mudó a Cheon-Ho-Dong porque su casa había sido construida ilegalmente fue demolida. Y la casa en la que yo vivía también fue demolida. El dueño de la casa no quiso devolvernos el depósito que le habíamos pagado, diciendo que la casa había sido ilegalmente construida y fue demolida por el gobierno.
      El dueño era cristiano. Me sentí decepcionado de que un creyente en Jesús fuese tan apegado al dinero. Casi quería echarle la culpa a Dios, pero no lo hice. Tuvimos que pedir prestado algún dinero y alquilar una habitación en la que pagamos un depósito pequeño al principio y luego pagamos mensualmente el alquiler.
      Dios me dio un nuevo trabajo. En la casa a la que nos mudamos había un terreno para una tienda. Por eso nosotros abrimos una tienda de libros cómicos -tiras cómicas, historietas, etc-. Después de conseguir experiencia allí durante dos meses, alquilamos otra tienda cerca de la casa. Pero la tienda no era rentable, puesto que tenía que seguir comprando libros y pagar el alquiler cada mes. Por eso vendí la tienda y me quedé económicamente arruinado.
      Como nosotros habíamos abandonado la codicia por el dinero, oramos a Dios pidiéndole ayuda. Ayunamos y oramos por una semana.
      “Dios, por favor, ayúdanos a conseguir bastante dinero para comprar una tienda, oramos con fe. Nuestra oración fue oída en una semana. A través de uno de mis amigos oí que había una tienda disponible. Creímos que eso era la mano de Dios que nos guiaba, por eso hicimos un contrato por esa tienda y pagamos 800.000 wones como depósito. Luego fuimos a uno diáconos de nuestra iglesia para pedir prestado algún dinero con el fin de pagar el resto. Pero él no accedió a nuestro pedido.
      Cuando él rechazó nuestra petición, pensamos que esto no era el plan de Dios para nosotros. Fuimos a la casa del dueño de la tienda que íbamos a alquilar para decirle que no podíamos pagar el resto, por eso tendríamos que cancelar el contrato. Al escuchar mi explicación, el dueño de la tienda propuso que nos prestaría el resto.
      Entonces me dí cuenta de que cometí un error por haber pedido a un creyente que me prestara. Me enteré también de que Dios nos había dado su gracia y ayuda por medio de una persona no creyente y le dí gracias al Señor.
      Con la experiencia adquirida de la primera tienda, manejé la segunda tienda mejor, y el negocio marchó bien. Como el negocio se ampliaba, teníamos que mudarnos a una tienda más grande. Aunque no anunciamos la venta de la tienda, alguien entró y dijo que quería comprarla. Creí que todo estaba preparado por Dios y le vendí la tienda. Luego encontré una tienda más grande, pero el dueño no quiso alquilármela. Por eso alquilamos una tienda detrás del mercado Kum-Ho.
      Dios, que trabaja por el bien en todo, supo que una gran tienda se establecería cerca de la tienda cuyo dueño rechazó alquilarme. El también sabía que esa gran tienda afectaría a mi negocio si hubiera tomado la tienda que quería alquilar. La nueva tienda que conseguí marchó bien y atrajo hasta los clientes de la tienda que habíamos querido alquilar.
      A veces la tienda estaba tan llena que muchos clientes tenían que esperar de pie para leer libros. Lógicamente mi tienda no podía tener éxito ya que la cerraba los días domingos y no permitía a los estudiantes, ni fumar ni beber. Sólo podía pensar que la razón por la cual mi tienda estaba llena de los clientes era por la bendición y ayuda de Dios.
      Casi pagamos nuestras deudas y podíamos servir a Dios. Nosotros sólo queríamos ser bendecidos más, económicamente, para dar gloria a Dios.
      Mi esposa y yo trabajábamos duro de día y orábamos todas las noches. Estábamos felices por recibir la bendición sorprendente de Dios.


      Mi siervo a quien he escogido desde el principio

      Mientras estaba orando un día en mayo de 1978, oí una voz.
      “¡Mi siervo a quien escogí desde el principio! Yo te he educado y fortalecido durante tres años. Deja la tienda, anda en mi camino y pon a tu esposa a cuidar la tienda”.
      La voz era clara y alta, pero también era suave para calmarme.
      “Mis pensamientos no son como los hombres. Aunque sólo uno de vosotros trabaje, haré que vuestro ingreso sea más grande de lo que ustedes dos ganan actualmente. Te bendeciré materialmente para que puedas prestar a otros. Mi bendición se desbordará. Si tú obedeces, tu recipiente de arroz nunca estará vacío y tu caja de dinero estará llena. Si tú te preparas por tres años, te haré cruzar las montañas, los ríos, los mares, y tú harás milagros y darás testimonios”.
      Nunca creí que mi misión era ser un siervo de Dios. Estaba sorprendido de que Dios me escogía para ser su siervo. Vacilé.
      “¡Oraba para ser un anciano, pero un siervo de Dios! ¿Cómo podré ser un siervo de Dios? Soy viejo y tengo una pobre memoria para estudiar en un seminario”.
      Sabía que tenía que obedecer a la voluntad de Dios, pero dudaba cómo lo haría.


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