05-05-2008 | Rev. Jaerock Lee
Parte Cuarta: Esperanza a través de las pruebas
1. Yo era un Pecador
2. La Cruz de Jesús
3. El Dios vivo
4. Si puedes hacer algo
5. Desarrollo de una iglesia
6. Un utensilio
4. Si puedes hacer algo
Esa situación embarazosa me causaba un dolor enorme. Quería obedecer a Dios, pero no me creía con fuerzas para hacerlo, había un gran conflicto dentro mío por la Palabra de Dios, “La obediencia es mejor que el sacrificio” y mi mente, “¿Cómo podré ser un siervo de Dios?”
Era difícil para mí quedarme sentado dentro de la tienda después de haber oído la voz de Dios. Tenía que orar para conseguir la paz. Hice mi maleta un día y fui a una casa de oración.
“Dios, si es realmente tu voluntad que yo tenga que ser tu siervo, hazme oír tu voz una vez más para que pueda confirmar que esto es tu voluntad”.
Oré con toda mi alma y ayuné. Sin embargo, no podía oír su voz. Abandoné ese lugar con pesadumbre en mi corazón y me dirigí a casa.
Visité a otras casas de oración varias veces, pero no podía oír la voz del Señor. El tiempo transcurrió mes tras mes.
El fin de mis vagabundeos
“Dios, si es tu voluntad, obedeceré. Si tú dices que yo tengo que ser un siervo tuyo, lo seré. Pero por favor, déjame oír tu voz una vez más”.
Era la noche de un sábado cuando terminaron siete días seguidos de oración. Estaba en un dilema tan grande que pensé que no podría orar en nombre de los fieles en el culto del día siguiente. Por eso pedí al Señor con todo mi corazón.
Súbitamente oi su voz.
“¿Si puedes creer, al que cree todo le es posible. El obedecer es mejor que los sacrificios. Dios no hace acepción de personas, y mira el corazón”.
¡La alegría y la plenitud que tenía! No sentí ningún peso sobre mí y sentía como si quisiera volar. Sentí una alegría que no había sentido nunca.
El Espíritu Santo me enseñó que Dios me había guiado a donde estaba. El me dio la gracia para creer, el don de orar y las palabras por las cuales viviría. El nos hizo formar un hogar feliz y nos bendijo materialmente. Dios me llamó puesto que Él supo que yo estaba disponible para ser su siervo y puesto que Él conocía mi corazón, sabía que yo le amaba con toda mi alma. Dios sabía que yo quería darle gloria en todo. Dios estaba contento conmigo, por eso me llamó para utilizarme como uno de sus siervos.
Mi alegría no paró hasta el domingo. Estaba lleno de la confianza de que podía hacerlo: ser un siervo de Dios.
Mi largo sufrimiento de incertidumbre terminó a principios de septiembre de 1978. Mi esposa obedeció a Dios al dirigir la tienda. En un mes el ingreso de la tienda incrementó en progresión geométrica, llegó a los 600.000 wones por mes.
Había gran cantidad de visitantes en nuestra tienda que oyeron que la tienda estaba en auge y ellos querían averiguar el secreto. Ellos no podían explicarse por qué la tienda tenía tanto éxito, porque la cerrábamos los domingos y no permitíamos entrar a los malos clientes.
Ellos no podían entender la bendición que recibimos de Dios, quien creó todo de la nada. Las razones eran: la oración y la alabanza, continuas y el ofrecerle el domingo a Él. Como Dios nos prometió, nuestro ingreso era mayor de lo que nosotros dos habíamos ganado jamás. Dios se alegró de nuestro obedecimiento y nos bendijo.
¡Usted ganó cien puntos en la Biblia!
Estaba sirviendo a la Iglesia Seong-Dong como un diácono cuando Young-Hoon Lee, el pastor de la iglesia me propuso que entrara en el Seminario. Por eso alquilé un cuarto para estudiar el examen de entrada.
Quería ganar cien puntos en la asignatura “Biblia”, puesto que iba a ser un siervo de Dios. Planeé un ayuno por diez o veinte días y continué haciéndolo. Oré a Dios.
“Señor, ayúdame a tener la capacidad de aprender de memoria para que pueda recordar tus palabras. Ayúdame a entender tus palabras cuando lea. Confío en tu poder, porque tu resucitaste a los muertos”.
Oraba arrodillado y empecé a leer la Biblia detalladamente. A través de la Palabra de Dios escrita por la inspiración del Espíritu Santo, recibí la inspiración clara.
Por fin llegó el día del examen. Como sólo había estudiado la asignatura de la Biblia, no tenía confianza en los otros temas, por eso entregué los papeles del examen en blanco. Pero tenía gran confianza en el tema de la Biblia.
Al día siguiente hubo una entrevista. El director del Seminario, el reverendo Jek-Ku Son, me preguntó por qué había entregado los papeles del examen en blanco. También dijo: “Bueno, ¡Usted ha obtenido cien puntos en el tema de la Biblia!” El Seminario estaba en una situación difícil en admitirme. Pero por fin fui admitido con la ayuda de Dios.
Después de haber entrado al Seminario, continué orando y ayunando. Había más días en que ayunaba que comía. No podía celebrar cumpleaños ni días festivos.
Un día, de junio de l primer año de Seminario, vi una noticia sobre un examen final en el boletín. Había estado orando por la noche, durante todo el período de veinte días y me olvidé de que era el tiempo del examen final. Podía recordar la Biblia, pero no estaba seguro del inglés y el griego, además había planeado una vigilia de oración. Tenía que orar a Dios.
“Dios, planeé una oración nocturna, no sabiendo que sería el período del examen final. Por favor, ayúdame a tener un buen resultado en mi examen, además de poder realizar esta vigilia de oración”.
Durante una oré por el éxito del examen y Dios me dio gracia y fuerza para estudiar. Estudié el tema durante una hora y terminé la oración de la noche. El día del examen salió el tema que yo esperaba, por eso pude contestar las preguntas. Di gracias a Dios por oír mi súplica.
La revelación de los tiempos finales
Un día, cuando estaba terminando una sesión de veinte días de vigilia de oración, a las cuatro de la madrugada, recibí una revelación divina.
“Mi siervo amado, vela y sé sobrio. El fin del mundo está cerca”.
Estaba orando para entender sobre lo que dice la primera carta a los Tesalonicenses 5:1-6: “Pero acerca de los tiempos y de las ocasiones, no tenéis necesidad, hermanos, de que yo os escriba. Porque vosotros sabéis perfectamente que el día del Señor vendrá así como ladrón en la noche”.
Puesto que creí en las palabras que decían: “Porque no hará nada Jehová el Señor, sin que revele su secreto a sus siervos los profetas (Am. 3:7)”, oré por el entendimiento. Dios me reveló tiempos y también me hizo entender sobre Mt. 24:36: “Pero del día y la hora nadie sabe, ni aun los ángeles de los cielos, sino sólo mi padre”.
Mi sobrino que se llamaba (Hyun-Soo) y ahora Juan Chu, también compañero estudio, me vio al día siguiente en la escuela y me habló de un extraño sueño que tuvo un poco antes de levantarse a las cuatro de la madrugada, para orar. Me dijo que yo había aparecido en un sueño y le había dicho: “Despiértate puesto que la venida de Jesucristo está cerca”.
Dios confirmó a través de mi sobrino la revelación que me había dado en sueño. Nosotros comprobamos las palabras que habíamos recibido en nuestros sueños con la Biblia, y los detalles eran los mismos. En aquel momento mi alegría era enorme.
Durante las vacaciones de verano, fui a la Montaña Chil-Bo en Suweon a orar. Oraba en la cumbre de la montaña donde no había nadie más que yo. Un día oí la voz de Dios.
"Abre la Biblia en Lc. 22:44".
Busqué el verso rápidamente.
“Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra”.
Cuando oraba para entender, por qué Dios, que me hizo orar clamando, me había dado esta palabra. El me explicó en medio de una clara inspiración. Luego, al orar, oraba intensamente y clamaba hasta sudar con todo mi corazón. Al leer la Biblia con mis ojos espirituales abiertos, podía asegurarme de que Dios mismo era quien me hablaba.
“Dios, he oído que tú enseñaste a algunas personas la Biblia a través de los ángeles. Espero que tú me enseñes toda la Escritura, es decir, los sesenta libros”.
Cuarenta días de ayuno
Durante las vacaciones de invierno de 1980, planeé los cuarenta días de oración con ayuno. Oré para la preparación de esto y también oré para que este ayuno no fuese únicamente idea mía. Durante ese tiempo de oración, Dios me dijo que no llevara ningún libro a la casa de oración, más que la una Biblia y el libro de himnos.
Iba a traer varios libros a la Casa de Oración de Ayuno en O-San-Ri, pero no lo hice. Había ayunado varias veces en el pasado y sabía que Dios me ayudaría esta vez también durante estos cuarenta días. Oré para poderme armar de la Palabra de Dios. Oré para que Dios me convirtiera en un siervo capacitado. Dios no me facilitó la oración esa vez. Tuve dificultades varias veces por culpa de Satanás, por tener agitaciones y pensar en cosas vanas. Al trigésimo día después de haber empezado el ayuno, vomité sangre y sentí mareo. Cuando bebí agua, no podía tragarla.
Estaba en agonía en el trigésimo noveno día, pero pude llegar al cuadragésimo día. Era demasiado penoso. Diez minutos me parecían una hora. Sentí frío y mareo, me sentí ahogado y me dolía todo el cuerpo. Sin embargo, todavía podía clamar orando más de dos horas al día.
A las once de la noche del cuadragésimo día, todos los dolores desaparecieron. Todo estaba bajo control de Dios, incluso desapareció la tentación de Satanás permitida desde el séptimo día del ayuno. Mi paciencia había conquistado la adversidad.
Toda la familia me felicitó y dimos gracias al Señor con alabanzas y bailes. Alabamos al Señor y damos gloria a Él. Las lágrimas me caían por las mejillas, en señal de agradecimiento a Dios que me ayudó a aguantar hasta el último día de mi ayuno. Él, incluso me dio fuerza en el último día de ayuno.
“¡Oh! ¡Dios! Recibe gloria”
Dios me abrió a través de este ayuno el camino para poder entender su Palabra, es decir, los sesenta y seis libros de la Biblia.